Mi esposa y mi amigo

Somos una pareja en la segunda mitad de los 40s, casada durante 20 años. Como muchas parejas, nuestros primeros 10 a 15 años de matrimonio se diría que fueron, desde el punto de vista sexual, bastante tradicionales, sexo los fines de semana en la típica posición de misionero, y fidelidad matrimonial.
Hace como 5 años comencé a navegar en internet y a leer historias de parejas que disfrutaban del sexo con otras personas fuera del matrimonio, y me llamó la atención que referían no tener celos luego de ello, y que en algunos casos las experiencias los habían unido más.
Decidí platicar esto con mi esposa, y como es de suponer, al inicio me calificó de pervertido, y de que no podría tener sexo fuera del matrimonio.
Transcurrieron meses y años y continué tratando de tocar el tema con mi esposa, mientras seguía leyendo relatos de otras parejas. Progresivamente me fui convenciendo que podría separar el sexo del amor que sentía por mi esposa. Para entonces ella se aproximaba a los 40s y con ello comenzaba sentir que había perdido su atractivo, cosa que a mi no me parecía, aunque no puedo negar que los años y cuatro embarazos, habían jugado su rol sobre su hermosa anatomía, aunque siempre se había mantenido delgada pero con un atractivo pompas.
Siempre me habían entusiasmado las mujeres independientes e inteligentes, característica que tenía mi esposa cuando la conocí, pero que había perdido al convertirse en una excelente ama de casa y mejor madre. Por ello, la induje a volver a trabajar, más que por ganar dinero para que se volviera sentir cierto grado de independencia.
Me hizo caso y comenzó a trabajar en una guardería infantil, y noté que su carácter cambió notablemente. Y más aún, me excitó un día que me contara que algunos papás le buscaban conversación al momento de dejar o recoger a sus hijos. Pude apreciar que sus ojos volvían a tener ese brillo de cuando la conocí.
Una noche que hacíamos el amor me contó que el esposo de una vieja amiga, a quien llamara a casa para hacer un trabajo de albañilería en ocasión que yo estaba de viaje, le había propuesto salir a tomar un trago. El sólo relato me provocó una erección de padre y señor mío. Le pregunté que había respondido y que había sentido. Me dijo que le contestó que era una mujer casada, pero que en el fondo se había sentido halagada. Le sugerí que porqué no aceptaba la invitación, pero me respondió que sería lo último en hacer.
Pasaron los meses y cuando hacíamos el amor, a veces fantaseábamos que lo estaba haciendo con otro hombre que no era yo y nos excitábamos, pero siempre repetía que no sería capaz de serme infiel. Le decía que no lo considerara infidelidad, que lo considerara sólo sexo. Para mí sería infidelidad si se enamorara de otro o que no me contara que estuviera saliendo con otro, y que yo esperaba que ella correspondiera de la misma manera si yo estuviera en la situación.
Siguieron pasando los meses hasta que comenzamos a frecuentar a unos antiguos compañeros del colegio, uno de los cuales seguía soltero. Pude apreciar que en reuniones en las que nos encontrábamos, este viejo amigo prestaba mucha atención a mi esposa, le servía los tragos, la sacaba a bailar, etc. Al volver a casa le comentaba que había notado eso y le preguntaba qué sentía. Solo me respondía que se sentía halagada pero nada más. Por esos días comenzó a asistir a un gimnasio lo que contribuyó a que recuperara cierto aire juvenil y por ende, se sintiera más segura de si misma.
En una ocasión en que salimos un grupo grande de amigos a cenar y tomar unos tragos, pude notar que ambos trataban de sentarse juntos en la mesa, y hasta aprecié que él llegó a tomarla de la cintura. No dije nada en ese momento pero al volver a casa ella negaba todo. Haciendo el amor pude obtener su confesión que efectivamente mi viejo compañero la había estado llamando por teléfono y la había invitado a salir. La estimulé a aceptar y que resolviera por si misma hasta donde quería llegar, si solo compartir una velada o hasta hacer el amor. Esta vez me miró fijamente a los ojos y me preguntó si estaba seguro de lo que estaba diciendo, si no me iba a arrepentir después. Le respondí con toda sinceridad que no me arrepentiría, siempre y cuando me mantuviera informado.
Varios días después me contó que había aceptado salir a tomar un café con él. Las invitaciones se multiplicaron y ella me las contaba todas. Me decía que él se limitaba a halagarla, decirle que yo, su esposo, era un hombre con suerte, y todas esas cosas que los hombres decimos a las mujeres, pero nada más. Le preguntaba si le había propuesto ir más allá, pero siempre me repetía que no, que era un caballero, etc. Para entonces dentro de mi bullía un doble sentimiento, difícil de explicar, una mezcla de celos y excitación, tal y como varios relataban. Me sentía sumamente halagado como hombre que mi mujer, en sus bien llevados 40s, siguiera siendo atractiva para los hombres, inclusive para mí. Pero también sentía angustia y celos de saber hasta donde podría llegar y si no se enamoraría de mi viejo amigo a quien continuaba encontrando en las reuniones y nos tratábamos como si nada ocurriera, cosa que a mi particularmente me divertía porque él no sabía que mi esposa me contaba todo.
Las salidas y llamadas telefónicas continuaron, mi esposa me divertía contándome cómo coqueteaba con él para ver si le proponía tener sexo, hasta que un día él le dijo que quería hacerle el amor. Cuando mi fiel esposa me lo contó sentí un nudo en la garganta, pero no me podía echar atrás, le pregunté que qué pensaba. Me respondió que sólo lo haría si yo estaba de acuerdo. Le respondí que era su completa decisión, que tenía plena confianza en nuestro amor. Quedamos en que aceptaría pero que se guardara de hacerlo sin condón y que al volver de su cita me contaría todo.
El mencionado día fui a trabajar pero me fue difícil concentrarme en lo que hacía. Mi mente estaba en lo que mi querida esposa iba a hacer esa tarde con su amante. Como había quedado en encontrarse con él antes que yo regresara a casa, cuando así lo hice, de camino paré en una licorería y compré una botella de champaña. Quería demostrarle que por encima de su encuentro yo la seguía amando como cuando nos casamos.
Cuando llegué a casa vi que su automóvil estaba parqueado. Subí las escaleras del apartamento hasta nuestra habitación, el corazón me latía fuertemente. La encontré elegantemente vestida, arregostada en la cama y me dijo que lo había hecho. No pude sino darle un beso en la boca y decirle que la amaba. Serví el champaña y nos tomamos la botella mientras hacíamos el amor y me contaba algunos detalles de su encuentro. No quiso ahondar en detalles sexuales sino que su amante tenía un vigor sexual asombroso, cosa que me dejó algo inquieto, pero que en todo momento se había portado como un caballero, más preocupado en el placer y confort de mi esposa que en el suyo propio.
Esa noche conversamos mucho acerca de nuestra vida en pareja y de que teníamos que aprovechar las oportunidades como ésta. No nos arrepentimos de los acontecido y le pregunté si lo repetiría, y me respondió que sí.
Días después me comentó que lo iba a hacer de nuevo, ante lo cual le respondí que por mí no había problema alguno. Estuvo saliendo en varias ocasiones, y creo que hasta se enamoró algo de él, pero finalmente ella decidió no volverlo a ver.
Ambos hemos seguimos siendo fieles a nuestra idea que una cosa es el amor y otra es el sexo. Nos hemos prometido que no vamos a dejar pasar la oportunidad de tener encuentros sexuales si las circunstancias así lo disponen y esto ha dado motivo a posteriores encuentros con otras parejas sexuales que en otra oportunidad les contaré.

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